Final de la Libertadores 2018 (ida): infiltrado en el Dixit

Final de la Copa Libertadores (ida). Barcelona, Noviembre 2018.

Un día que salí a correr por el paseo de las playas de Barcelona, me quedé sorprendido al ver un partido de Fútbol 7 entre “River” y “Boca”. El fútbol era amateur, pero las aficiones eran de primer nivel. En la grada habría unos 200 espectadores de uno y otro equipo, separados por unas escaleras, y no paraban de cantar. Desde la calle y apoyado en el alambrado, me quedé un ratito a verlos, estirando y dando saltitos para no enfriarme. En mitad del partido apareció un tipo vestido de fantasma con una B en el pecho que, junto a dos compadres, paseó un ataúd con los colores de River alrededor del campo. Eran como gaditanos cantando chirigotas en Bilbao, o españoles haciendo paella en Wisconsin, disfrutando de lo suyo allá donde el destino les llevó.

Cuando llegó la final de la Copa Libertadores entre River y Boca me acordé de aquellos locos que animaban en aquel partido de Fútbol 7 y pensé que sería divertido ver la final con ellos. A la peña (filial le llaman ellos) de River de Barcelona la localicé más fácilmente, y además se reunían en el bar Dixit del Poblenou, cerca de mi casa, a ver el partido de ida de la final.

Boca había ganado las semifinales al Palmeiras con cierta tranquilidad (2-0 ida, 2-2 vuelta), pero River lo tuvo complicado para llegar a la final. Perdió en casa con Gremio 0-1, y en el partido de vuelta en Porto Alegre iba perdiendo 1-0 hasta que en el minuto 81 empató Santos Borré. Minutos más tarde, en el 93, en un penalti señalado por el VAR, marcó el Pity Martínez para conseguir la final soñada de la Libertadores. Boca Juniors vs River Plate. Lo nunca visto. Una final histórica. Una final soñada. Una final temida. La final de todos los tiempos —la llamaron algunos.

El partido de ida de la Libertadores se jugaba un sábado 10 de Noviembre a las nueve de la noche, hora española. La filial de River de Barcelona había convocado a la hinchada a las dos de la tarde para hacer la previa con asado, música y fernet (una bebida alcohólica amarga que es popular entre los argentinos, y que a menudo la toman mezclada con refresco). Ocurrió que ese día diluviaba en Buenos Aires. Tanto llovió que el balón ni siquiera botó cuando el árbitro lo dejó caer sobre la hierba. Algún periodista místico dijo que los dioses se enojaron por celos ante semejante evento terrenal y descargaron su enfado en forma de lluvia. El partido se anuló y se jugó al día siguiente. Esa cancelación rompió los planes de mucha gente. Los del asado de Barcelona solo tuvieron que comprar más carne y más fernet para el domingo. Sin embargo, esa lluvia fue catastrófica para los que viajaron a Argentina desde lejos para ver el partido, como el japonés Isamu Kato, hincha de Boca, que viajó durante 30 horas desde Tokio a Buenos Aires y se regresó a Japón sin más botín que unos cantecitos bajo la lluvia dentro de la Bombonera. Ni siquiera pudo ver el partido televisado al día siguiente porque estaba volando. Sesenta horas atado al asiento de un avión para ver algo que no vio, pero el Isamu se regresó a Tokio sonriente al ver la repercusión mediática de su gatillazo.

Es domingo 11 de noviembre. Sobre las 8 de la tarde abro el armario y me quedo mirando mi colección de camisetas de fútbol. ¿Me la pongo o no me la pongo? Me la pongo. Salgo de casa con la camiseta del Rayo Vallecano bajo la chaqueta y me voy al Dixit. La camiseta del Rayo, casi idéntica a la de River, está dedicada por Eric Cornes, que me la regaló tras defender su tesis doctoral—en nuestro grupo de investigación decíamos ser como el Rayo Vallecano, que con bajo presupuesto intentábamos jugar bien y competir con los grandes—. Yo le hice el mismo regalo para su tesis.

camiseta rayo

Queda como media hora para que comience el partido y el bar Dixit está casi lleno. Hago una exploración rápida del local. Tiene una sala grande con una pantalla gigante, comunicada por dos arcos con otro espacio dominado por una larga barra de bar. En la parte de atrás hay otra sala con varias mesas. Por todos lados se ven televisores colgando de columnas y paredes. Hay una puerta que comunica con un patio trasero, alargado y con poca luz, donde la gente sale a fumar y un par de tipos asan carne en una parrilla con patas. En la sala más grande hay una mesa donde la gente de la filial de River vende camisetas y bufandas, y también tickets para la carne de la parrilla del callejón. Con un choripán en una mano y una cerveza en la otra me planto en el callejón atento a las conversaciones de la gente y al aceite rojizo del chorizo que amenazaba con mancharme tras cada bocado.

—Hay que aguantar. En la Boca hay que aguantar, y si se puede que el Pity los mate en una contra. Pero hay que aguantar y llegar bien al partido de vuelta —escucho en uno de los corros.

Hablo con un chico colombiano y me cuenta que es de River porque de pequeño su padre lo llevó al estadio a ver al “mejor equipo del Mundo”. Ese equipo era el Deportivo Cali para el padre, pero al hijo le pareció que era River y desde entonces su equipo es el de la franja roja. Al menos el colombiano tenía unos antecedentes razonables para estar allí. Se quedó esperando una explicación sobre mi presencia en el Dixit que no acabó de emocionarle porque pronto me dio la espalda y se marchó.

—A mí es que me gusta mucho el fútbol —le resumí pobremente—. Cero pedigrí de River, debió pensar.

Tomo posición dentro de la sala grande. Hay una bandera de varios metros donde se lee Boulogne (una localidad del Gran Buenos Aires, al norte de la capital). En otra leo «Yo te quiero River Plate, yo a vos te sigo, vos sos mi vida». Solo alcanzo a ver la mitad superior de la pantalla, pero merece la pena quedarse en esa zona por el ambiente. En esa sala no dejan de sonar los tambores y las canciones de River Plate, muchas de ellas haciendo referencia a Boca Juniors, y no para bien.

—Sooooolo le piiiiiiiido a Dios, que se mueran todos los bosteros —canta la gente de River.

—Pongan huevos, huevos millonarios. Pongan huevos, huevos sin cesar. Que esta noche cueste lo que cueste, esta noche tenemos que ganarrr —siguen cantando.

A mi derecha, a un par de metros, veo a un chico que lleva la camiseta blanca y roja del Feyenoord de Roterdam. Me reconforta ver que no soy el único hincha postizo.

Comienza el partido. River está jugando mejor. Tiene tres ocasiones seguidas, pero es Boca, Ramón Abila, a los 34 minutos, el que marca primero. Y entonces se hizo el silencio en el Dixit. Yo me esperaba lamentos, pero no. Simplemente cayó una tormenta de silencio que duró segundos. El lamento te hace más consciente de la fatalidad. Sin embargo, con el silencio todo pasa más rápido. Se apagaron. Los hinchas de River sufrieron un pequeño corte de luz. Hasta diría que sus ojos se voltearon y quedaron blancos por unos instantes. Solo cuatro o cinco segundos, hasta que los tambores comenzaron a sonar de nuevo.

Vamos, vamos, vamos River Plate, vamooooosss River Plateeeeee —cantaban reanimándose para volver de nuevo a la vida.

Un minuto más tarde, Pity Martínez filtra un pase a Pratto y River empata. Locura en El Dixit, y abrazos a uno y otro lado.

El Pity Martiiiiinez, que loco que estaaaa —le cantan contentos al Pity.

Al parecer, lo de loco le viene por jugar como los ángeles, desinhibido, en partidos y momentos importantes. Así que casi siempre ha hecho partidazos contra Boca. Por lo tanto, el Pity Martínez no es un loco de manicomio sino un loco atrevido, como el loco Abreu por ejemplo, que también jugó en River. Bueno, el loco Abreu ha jugado en River y, exactamente, en 26 equipos más. No ha sido estable ni para eso. A sus 42 años acaba de fichar por el Rio Branco de Brasil. Una de sus locuras celebres ocurrió en el mundial de Sudáfrica, en cuartos de final contra Ghana. No había jugado en todo el mundial y debutó en los cuartos para jugar la prorroga y participar en la tanda de penaltis. Tiró el quinto picadita por el centro, en un Panenka suave, y metió a Uruguay en semifinales.

Con el jaleo que causó el gol se perdieron las posiciones para ver la pantalla y hubo que reubicarse para buscar el mejor ángulo de visión. La agitación de los brazos mientras cantan, algo tan argentino, hace aún más difícil ver la pantalla. Un chico dos filas más adelante está mirando el móvil en mitad del partido. Cuando levanta la cabeza se me acerca y me dice «Rayo 2 – Villareal 2». Alzo el pulgar y seguimos mirando la pantalla. Estamos empaquetados en la sala, no cabía nadie, pero un señor grueso con ropa de River y barba de chivo blanca se abre paso entre la multitud como si fuera Moisés cruzando el Mar Rojo, y se coloca en primera fila. Posiblemente era un capo de la filial.

Este es el famoso Riiiiiver, el famoso River Plate. Bájense los pantalones, que los vamos a coger —continúa el repertorio de canciones.

River vuelve a tener un par de ocasiones claras, pero es Boca quien marca el 2-1 a pelota parada en el minuto 44. De nuevo, un breve silencio.

            Durante el descanso, los chicos de la filial dicen por un micrófono que se va a realizar un sorteo. Creo recordar que me dieron un número al pedir el choripán. Busco por los bolsillos, pero dejo de buscar al escuchar que el premio era un tatuaje. Que no me toque por Dios—pienso—. Luego sortean un polo de la filial de River en Barcelona y reinicio la búsqueda del papelito. Aparecen los ganadores y doy por terminada la búsqueda. Compro otra cerveza y decido quedarme próximo a la barra donde las pantallas son más pequeñas, pero al menos se ven completas. River empató en el minuto 80, de nuevo Pratto, esta vez rozando con el pelo una falta sacada por Martínez.

Me abrazo con mis vecinos aprovechando que ya no tengo la cerveza en la mano. A pesar de no ser un fanático de River, fueron abrazos que me salieron con total naturalidad. Con la misma naturalidad que te enganchas a una conga en un bar cuando el trenecito pasa por tu lado. Al acabar el partido los tambores salen a la calle. y la gente salta y canta alrededor de los tamborileros.

…la mentira se acabó,

vos echaste gas pimienta porque sos puto y cagooonn.

borraaaacho, siempre voy descontrolado, para ver a millonarios,

para ver al tricampeoooonnn

Pasa por la calle el bus H14 en dirección San Adriá y desde dentro los pasajeros miran a los que cantan y bailan con cara de no entender nada. ¿Qué es esto? ¿Un carnaval? ¿una iglesia evangélica? ¿Qué celebran?

Me encuentro a dos tipos con la camiseta del Betis. Ya no soy el más outsider de la fiesta. Venían del Camp Nou, de ver como su Betis, entrenado por Setién, ganaba al Barça jugando de maravilla.

Regreso a casa y al entrar mi mujer me pregunta si ganó Boca o Juniors.

Me lo pienso y, agradeciendo su interés por mis cosas, le respondo:

—Empataron cariño. ¿La niña ha cenado bien?

Quince días más tarde toca el partido de vuelta en el Monumental. Se juega un sábado a las 9 de la noche, hora española. Un par de horas antes del partido salgo a correr y paso a ver el ambiente en el bar del Fòrum de Barcelona donde la gente de River se reuniría para ver el partido. Han puesto banderas y trapos gigantes, y a las 7 de la tarde ya suenan los tambores de la filial de River. Dentro del local hay un grupo de personas mirando la tele. En la pantalla se ven los alrededores del Monumental e imágenes de un autobús. Esa noche también juega el Atlético de Madrid contra el Barcelona, y se juegan el liderato de la liga. Tengo a mis padres en casa y les explico que en la segunda parte del Barça-Atlético me iré a un bar a ver el River-Boca. Mi madre asiente con ese gesto «sí, pero no» que solo las madres saben hacer. Cuando salgo de la ducha, mi padre, siempre atento a la radio, me dice que han apedreado el bus de Boca y que quizás se suspenda el partido.

El bus de Boca se acercaba al Monumental y en una curva donde normalmente se colocaba un cordón policial, ese día había menos policías que gente en la boda de Adán y Eva. En esa curva, al bus lo recibieron a pedradas rompiéndole los cristales. Algo de cristal cayó dentro de un ojo del capitán Pablo Pérez. El conductor perdió el control del bus por un momento pudiendo haber causado una verdadera tragedia. Al llegar al Monumental, a la policía se le ocurre usar gas pimienta para dispersar a los aficionados de River que quedan cerca del bus, pero…oops…el bus de Boca tiene las ventanas rotas y el gas entra al bus. Los jugadores se bajan tosiendo y dando arcadas. El partido se retrasa un par de veces y finalmente se suspende. El espectáculo lamentable se cierra con disturbios, robos y saqueos a la salida del estadio. En el Monumental había 66.000 personas esperando pacientemente durante horas a que comenzara el partido, pero todo se fue a la mierda por unas docenas de merluzos. Al día siguiente el partido se canceló de nuevo y todos reprochaban algo a alguien. Días más tarde anunciaron que el partido se jugaría en Madrid. Ese día perdieron los dos, Boca y River. También perdió Argentina.

Confirmado. Vuelta de la final de la Copa Libertadores en Madrid el domingo 9 de diciembre. La final de la Libertadores en casa de los Conquistadores. Si San Martín y Bolívar levantaran la cabeza… Me dio pena por la gente de River que se quedó sin la final en el Monumental, pero por otro lado me habían puesto a tiro un “Ratico de Fútbol” espectacular, y le disparé. Entré varias veces a la web de la Conmebol, pero me resultaba imposible conseguir entradas. Mensajes de «inténtelo más tarde», o «en este momento no hay entradas disponibles». Era una cuestión de funcionamiento de la web más que de escasez de entradas, pero me entró la ansiedad y cuando tuve acceso compré dos entradas, en el fondo de la afición de River, segundo anillo detrás de la portería, pensando en que algún amigo se apuntaría al evento. Rápido compro pasajes de tren y avión, y reservo el sofá de la casa de mi amigo Abraham que vive a 500 metros del Bernabéu. Respiro tranquilo. Ratico de fútbol amarrado, y de los buenos. Me vuelvo a centrar en el trabajo y horas más tarde empiezo a ofrecer la otra entrada a los colegas. Esta es una selección de las respuestas recibidas:

Tengo clase el lunes por la mañana. Yo no puedo. Yo lo tengo mal. Estoy en Sevilla con la familia. Estoy en Londres con mi mujer. Me tengo que quedar con mi madre que está malita. No creo. Te digo luego (más tarde: no cuentes conmigo tío). Que cabrón, cuando me enteré que era en el Bernabéu sabía que ibas a ir. Llevo casi dos horas dándole vueltas pero no me atrevo. Los 160 me los reservo para otra cosa. Collóns, no paras. Estás de la cabeza. Tengo un fin de año complicado en el trabajo.

Un puñado de personas con ganas de ver la final de la Libertadores, pero que no podían ir al partido porque nuestras cárceles de oro son de dar pocos permisos para salir, o son pocas la ocasiones en las que todas la puertas se quedan abiertas coordinadamente para salir en grupo a campo abierto y correr sin miedo a ser disparado por la espalda. En mi caso, tenía puntos recientes de buen comportamiento (una semana solo con mi hija mientras mi mujer andaba por Bruselas) y me los cobré de inmediato porque esos papipuntos caducan tan rápido como la lechuga de bolsa.

Otros videos:

resumen del partido

Penalty de Abreu a Ghana