Epístola mundialista a Andrés Iniesta

Verano de 2018, tras el Mundial de Rusia.

 

Estimado Andrés

            Tras el partido de Rusia, cuando te vi salir cabizbajo por el túnel de vestuarios se me heló la sangre. Se nos va —pensé—, que Andrés se nos va. Era tu último partido con la selección y no podía meter el torso en el televisor para darte un abrazo. Tampoco podía estar en Moscú para llorar la eliminación ante Rusia, en la “zona cero” del desastre, en el epicentro de la tristeza. Porque las penas hay que llorarlas Andrés, y yo esto de quedar eliminado de un mundial en los penaltis aún no lo he llorado. Tenía visita, estaba mi hija delante… No encontré el momento aquella tarde.

Estoy de vacaciones de verano y he pensado escribirte esta carta para, de algún modo, despedirme de ti con la calma y el tiempo que te mereces. No pretendo escribir recordando tus goles, pases y regates, porque perduran y perdurarán solos. Nuestros hijos/hijas y nietos/nietas seguro que escucharán de ti y verán tu fútbol. Quizás hasta puedan tener una experiencia de realidad virtual apareciendo en medio de Stanford Bridge o del Soccer City, sintiendo eso que sentiste tú al marcar aquellos goles. Hoy, simplemente me apetece comentarte cosas de este mundial de Rusia imaginando que en algún momento tú estarás al otro lado, leyendo. Como esas cartas de adolescente que nunca son leídas por el destinatario, pero que ayudan a ordenar las ideas en un momento convulso.

Yo soy científico Andrés, y la primera semana de mundial de Rusia tenía un congreso en Barcelona del que era coorganizador. Las conferencias acababan todos los días a las nueve de la noche, y el viernes, España jugaba contra Portugal a las ocho. Pasé meses de angustia intentando convencer al resto de organizadores, todos extranjeros, de que el viernes era conveniente acabar temprano. Usé argumentos de todos los colores hasta que alguno funcionó y conseguí que el programa de conferencias del viernes terminara a las siete. Pues llega el viernes del partido y vamos con retraso en el programa porque la gente habla más tiempo del que se le asigna. Que feo está eso. ¿Si te dan diez minutos, por qué te tomas veinte? ¿Si el tiempo es el oro del siglo XXI, por qué se lo robas a la gente?

            La última charla del día empieza a las 19:20 y un gringo habla gustándose, sin ninguna prisa por terminar. Yo me retuerzo en mi asiento. Desde hace más de un cuarto de hora no atiendo a nada. Mi cabeza está en el partido y en buscar un buen bar para verlo. Así que delante de un auditorio de 400 personas agarro mi bolsa y me levanto. Al levantarme, el asiento pega una hostia gorda contra el respaldo y 800 ojos me miran. Mientras la tierra parece abrirse a mis pies, camino digno para abandonar la sala. Me alivia pensar que mi salida se puede explicar por un apretón que requiriera una visita urgente al baño. Pero antes de salir por la puerta, escucho como media docena de asientos golpeando contra los respaldos. No nos podemos estar cagando siete personas a la vez. Nos han descubierto. Ya en la calle, nos juntamos una pequeña manada de enfermos por el fútbol y caminamos a paso ligero rumbo a algún bar del Poble Sec.

            Llegamos al bar que buscábamos y está lleno a reventar. Hay un televisor en un rincón de la barra. Cuando me pongo las gafas para enfocarlo distingo a Cristiano Ronaldo, con los pantalones remangados, dispuesto a tirar un penalti.

—Me cago en mi puta vida. ¿Pero qué manera de empezar un mundial es esta? —pensé.

Cristiano marca gol y salgo a buscar otro bar menos poblado por las calles del Poble Sec. Ando como pollo sin cabeza, pero al rato nos hacemos con la barra de un bar en la Avenida del Paralelo. Es un bar de los de toda la vida, de los de estanterías llenas de brandis y licores baratos, de jamones suspendidos en el aire, máquinas tragaperras, mesas descascarilladas, y servilletas de papel usadas por el suelo. Ya estabilizado de pulsaciones, y tras un par de cañas, os pude disfrutar. Que buen partido hicisteis. Dicen que uno de los tres mejores partidos del mundial. Que bien jugasteis durante la mayor parte del partido. En nuestro grupo de enfermos de fútbol venía un portugués, Artur, que trabajaba en Sevilla. Los dos acabamos contentos con el 3-3. Creo recordar que más tarde hasta bailamos juntos una pieza en un tugurio del Poble Sec. La Noche, se llamaba el antro donde un señor cantaba salsa leyendo las letras en un iPad apoyado en un atril, hasta que la lengua se le hizo trapo de tanto trago que tragó entre canción y canción. Fue un comienzo de mundial divertido.

Luego vino Irán. Mi mujer estaba de congreso y yo solo en casa con mi hija Nerea (4 años). La solución para ver el partido tranquilo estaba clara. Sin nadie alrededor que me lo recriminara, le metí a mi hija una sobredosis de tablet y de móvil. Pocoyo, Patrulla Canina y Pepa Pig en bucle. Mientras los ojos de mi hija se enrojecían de tanto mirar pantallitas, los jugadores de Irán defendían su portería como si les fuera la vida. Yo creo que eran paramilitares reciclados a futbolistas. Pero después de sufrir mucho rato, llegó el gol de Diego Costa, de rebote y con la espinilla. ¡Qué más da como se rematara es gol! Lo necesitábamos. Salí al balcón a gritar el gol como un poseso, descargando la tensión acumulada. Algún otro vecino del patio interior se sumó al desahogo. Mi hija me miraba con cara de asombro, imagino que haciéndose preguntas, pero pronto su pantalla la volvió a hipnotizar.

            El partido contra Irán fue malo. No jugasteis bien. Esa es la verdad. Se decía que no movíais el balón tan rápido como antes, que estabais muy estáticos, que no generabais espacios, y que no había verticalidad. Pero también es verdad que había que estar ahí dentro, jugando contra esos once paramilitares iraníes. ¿Era mérito de ellos, o demérito vuestro? No lo sé. Los aficionados estábamos confundidos. ¿Estábamos para llegar lejos en el mundial?

El día de Marruecos vino a casa mi amigo Angelito. Pataticas, olivicas, cervecica, y como es murciano, también le preparé un tomatico partío con un buen aceite y dientes de ajo. El partido tampoco fue bueno, pero luego llegas tú y te haces ese autopase dentro del área, rápido y vertical, para regalarle el gol a Isco. Pasamos primeros de grupo y se nos queda un cuadro asequible hasta la final. Seguíamos confusos. ¿Éramos candidatos a ser campeones del mundo, o no?

            Ante la duda me calenté y empecé a ver opciones de viaje a Rusia. Había vuelos a Moscú y a San Petersburgo desde Gerona por poco más de 200 euros. Eso me puso loco. No tenía entrada, pero pensaba asumir el riesgo de encontrarla allí, en cuartos, en semis o, por qué no, en la final. Pero luego descubrí que no se podía viajar a Rusia, así de un día para otro, sin visado o sin entrada (que durante el mundial también servía de visado).

Desafortunadamente, la ansiedad por conseguir esa entrada se me quitó de golpe tras el partido de octavos contra Rusia. Vi la segunda parte sin moverme del sillón, con los brazos apoyados sobre los reposabrazos. Impasible, sin levantarme ni una vez de mi asiento. Como el pasajero que intuye que el avión se va a estrellar y termina su vida con la mayor dignidad posible. Sin gritos. Sin aspavientos.

            Contra Rusia sí que no jugasteis bien. Jugamos mejor que Rusia, eso sí, pero eso no es nada. O al menos no es suficiente para ganar un mundial como Dios manda. Luego los penaltis. Los miraba acoplado en mi sillón, frío como un tempano. Como observando por la ventanilla del avión la tierra contra la que te vas a estampar de manera inminente.

            Mi amigo Fran estaba en casa ese día. Al acabar el partido salimos a pasear por el barrio con mi mujer y los niños. Fran y yo caminábamos unos metros por delante haciéndonos preguntas sobre el partido. Fran es psicólogo y ponía las cosas en su sitio. Puse un cierto orden en mi cabeza, pero yo seguía teniendo la derrota contra Rusia sin llorar. No encontraba el momento para llorarla Andrés.

El poder de atracción que tiene un mundial en casi todo el planeta es algo increíble. Gente de todas las culturas y de todos los niveles sociales se sientan con amigos y familia a ver el mundial. Y es que se trata de un campeonato muy agradecido. Siempre te regala alguna emoción, que puede ser de euforia o de drama. Panamá no había empezado a jugar y ya hizo llorar de alegría a un periodista panameño. Rompió a llorar en directo al escuchar el himno en el estadio. Y luego esas narraciones de goles. Locutores que narran los goles poniéndose morados, porque es que no respiran en 30 o 40 segundos. Apneas para cantar goles que a los pocos días ya no sirven de nada, pero que en ese momento son todo lo que se puede desear en la vida. Una victoria o una clasificación para la siguiente ronda. El gol de Colombia a Inglaterra, o el de Argentina a Nigeria.

            Que gusto ver a la gente contenta con un gol, una parada, una buena jugada, o simplemente con un sueño. El sueño de seguir adelante en el mundial. El sueño más corto te puede durar unos días, pero con un poco de suerte te dura casi dos semanas. Soñar agarrándose al buen momento de un delantero, al resultado del último amistoso, o a la buena imagen del primer partido. Siempre hay algo a lo que agarrarse. Luego, cuando caes eliminado, hay que refugiarse en la frase que dijo el maestro Tabárez cuando Uruguay perdió en octavos contra Francia: «Este sueño ha terminado, otros vendrán».

            Qué bueno tener un entrenador como Tabárez, un líder blando, que se gana el respeto por ser sabio y justo. ¡Ay, mira que no quería entrar a hablar de entrenadores! ¡Qué disgusto con el nuestro! Yo le tenía mucho respeto a Julen y a su discurso, pero me mató su decisión. Se me quebró el líder, e imagino que a vosotros os pasaría lo mismo. Un entrenador del equipo de todos no puede anunciar, a pocos días de empezar el mundial, que se va a entrenar al equipo de algunos. Era evidente que eso iba a desestabilizar. Yo lo considero una deslealtad grande. ¿Y Florentino? No le importó la selección. Se le pinchó una rueda y nos la quitó a nosotros sin remilgos. Pero bueno, pasemos a recordar cosas más agradables.

            ¿Qué te pareció México? Primer partido y se cepillan a Alemania jugando muy bien. Un partidazo. Era muy fácil soñar con esa selección mexicana. Luego le tocó Brasil en octavos de final. Pedazo de sueño ese de eliminar a Brasil. Un amigo mexicano fue a ver el partido a un bar de Barcelona que ponían pantallas gigantes. El lugar se llama L’Ovella Negra, y me contaba que ese día había cola para entrar al local. El partido fue a las cuatro de la tarde, y a las seis mi amigo David y sus compadres mexicanos tenían su sueño mundialista roto en mil pedazos. Pero al rato descubrieron que, aunque el bar estaba lleno de mexicanos tristes, también había brasileñas felices. Así que construyeron nuevos sueños y cerraron el bar, haciendo pucheritos, mientras se dejaban consolar por las brasileñas.

            Luego están los que viajan para vivir el ambiente del mundial en directo. Rusia parecía un país antipático y áspero, pero la gente que viajó a Rusia por el mundial regresó con otra imagen distinta. Se nos olvida pronto de que hay buena gente en todos lados. Incluso gente no tan buena a la que puedes pillar en un buen momento. Fíjate en Putin. No sé si leíste que Putin regaló dos entradas para el partido de octavos Argentina-Nigeria a dos chicos argentinos que para el último partido de la fase de grupos se confundieron de ciudad. Se fueron a Veliky Novgorod en lugar de ir a Nizhny Novgorod. A mil kilómetros estaba una ciudad de la otra. Poca broma estos errores en Rusia. Y gracias que no había un Novgorod en Siberia, o en los alrededores de Vladivostok, en la costa del Pacífico. Los chicos argentinos pasearon sus camisetas albicelestes por Veliky Novgorod sorprendidos por el poco ambiente de fútbol y de mundial que tenía la ciudad. Vaya par de cracks. Hernán y Héctor se llamaban. Qué pena —pensarían—, con lo bien de precio que les había salido el hotel.

            Hablando de cracks, para mí uno de los grandes momentos del mundial fue cuando el colombiano Juan Fernando Quintero se acerca a la banda a beber agua y su entrenador, Pekerman, se le aproxima para decirle efusivamente «Juan, crack, crack, crack. Sos un crack». Mientras tanto, Quintero bebía agua y sonreía. Fue algo buenísimo Andrés. Hay que decirle «crack» más a menudo a la gente que nos rodea. El argentino Perkerman, con canas y con tres mundiales sub-20 ganados, se lo dice con toda el alma. Juanfer Quintero estaba metiendo unos pases filtrados de primeras y con la zurda que estaban matando a Polonia. Que bien jugó Quintero. Que gustazo verlo..

            Y es que en el mundial hay jugadores que salen ganadores, aunque sus equipos pierdan. Jugadores que hacen jugadas y goles que los acompañan el resto de sus vidas. ¿Qué me dices del gol de Kroos a Suecia en el minuto 95? Alemania estaba fuera del mundial sin ese gol. Luego quedó eliminada, pero ese día Kroos y su disparo de falta se guardó en la memoria de millones de personas. Como el gol a Argentina del lateral francés Pavard, ese que tiene cara de violinista. ¡Menudo chicharro! ¡Que volea con el exterior y en carrera!

Volviendo al Alemania-Suecia, ese día tenía una comida en Tarrasa en casa de Olga, una amiga de mi mujer. Como otros años, la comida se alargó hasta la cena. El partido empieza y hago amagos de intentar verlo junto a Isabel Ferrera, amiga trotamundos y futbolera. Pero entonces llegan a cenar los padres del Pere, suegros de Olga, y nos parece muy feo no salir a cenar con ellos. El ratico de fútbol que me perdí en la tele lo recuperé en la mesa cuando descubrí que el padre del Pere era un conocido jugador de fútbol en Tarrasa en los años sesenta. Jugaba de extremo, y era tan rápido que le llamaban el Llampec (el relámpago en catalán). El Llampec me regaló recuerdos de sus goles y partidos. Él los contaba con entusiasmo, y yo los escuchaba sin perder detalle. Me encantó eso de que cuando entraban al vestuario había un saco lleno de botas que eran propiedad del club. Cada uno pillaba las botas que podía y después del partido las metían otra vez en el saco. Las botas eran escasas y caras. Los jugadores no tenían dinero para comprarse cada uno las suyas. El Llampec trabajaba en una imprenta, también los sábados, y lo iban a buscar para jugar con distintos equipos de la zona. Había promiscuidad de los jugadores con los equipos. El Llampec jugaba con el equipo del barrio, con el de Matadepera, con el Tarrasa… Que autentico era eso, ¿no te parece? Jugar con todos los equipos que puedas, diciendo que sí a todo el que se te acerque proponiendo un partido, hasta que las piernas te digan basta.

            Otro futbolista que daba gusto verlo era el belga Hazard. ¡Que diez! ¡Cómo se echaba el equipo a la espalda! ¡Y qué equipo! Bélgica fue el equipo que más hizo disfrutar al aficionado neutral. De Bruyne, Harzard y Lukaku saliendo a la contra como aviones, zigzagueando con y sin balón, hasta plantarse el área rival. Bélgica llevaba años teniendo buenos jugadores, pero decían que su problema era el idioma en el vestuario. De Bruselas para abajo hablan francés, y de Bruselas para arriba hablan flamenco. Ninguna de las dos mitades tiene interés por el idioma del otro, y eso era un problema para hacer grupo. Para calmar el gallinero franco-flamenco, la solución fue tener un entrenador español —Roberto Martínez––, y hablar todo cristo en inglés.

            De Hazard se decía que conducía mucho. Igual que de Isco. De Isco llegaron a decir –de broma– que un día condujo el autobús de vuelta al hotel. Pero un diez clásico tiene un poco de eso. Necesita conducir y aguantar el balón para marcar los tiempos en el ataque. ¿Te acuerdas de Riquelme? Decían que si era lento, que si no soltaba la pelota… Pero a mí me encantaba verlo con el balón domesticado por sus pies. En defensa de Isco, diría que no tuvo los espacios que tenía Hazard, ni la necesidad de regular los tiempos del equipo porque el tiempo de España fue siempre el mismo, toque de corneta y al abordaje por donde se pueda.

            Otro diez de lujo fue Modric. Con ese careto que parece que tuviera cincuenta años. Si me apuras diría que hasta parece que lleva dentadura postiza. ¡Y Rakitic! ¡Cómo tiraba los penaltis! Qué fríos son estos tipos de la antigua Yugoslavia. A veces parecen androides, como los hermanos Petrovic clavando triples. Que bien compiten. Yo creo que es algo genético. No sé, igual la temperatura corporal la tienen por debajo de los 37 grados. Son fríos como reptiles.

            Estoy perdiendo el hilo, Andrés. A ver, ¿qué más te cuento de cómo viví el mundial? Ah, este ha sido mi primer mundial con Twitter. Twitter es una bestia que hay que aprender a controlar porque te puede quitar mucho tiempo, o porque te puedes encontrar diciendo imbecilidades, vendiendo tu dignidad por un puñado de likes o de followers. Pero una vez que dominas a la bestia, puedes acceder a información y a gente muy interesante. En twitter soy @raticosdefutbol. Escribo para hacer algo diferente a lo que hago en el día a día, y porque me divierte. Me divierte documentarme, y me divierte cuando te pones a escribir y la cosa sale. No siempre ocurre, pero tampoco pasa nada. A veces no sale y hay que esperar a otro día. Nunca he ido a pescar, pero cuando veo a gente tirando la caña y sentados mirando al mar, pienso que ya están disfrutando, piquen los peces o no piquen. Pues algo así pasa con sentarte a escribir, que por un momento pones la mirada en otro lado y te evades.

Amazon pone muy fácil el que cualquiera pueda publicar su libro, y por ahí le doy vida noble a mis escritos. Los libros se imprimen bajo demanda. Algunos rajan contra esto, sobre todo editores y algunos escritores de bien. Otros dicen que es la democratización de la literatura. Imagino que está pasando algo parecido a lo que ocurrió con la fotografía. Con las cámaras digitales casi cualquiera tiene la opción de hacer una fotaza, pero los fotógrafos excelentes siguen siendo unos pocos. Yo creo que hay que fomentar el que la gente sea creativa con lo que le guste, aunque el resultado no sea brillante.

            Bueno, voy a ir terminando. La final del mundial la vi en un hotel cerca de Lisboa porque esa tarde comenzaba allí un congreso. En un salón del hotel, a mi derecha se sentó un inglés y a mi izquierda un australiano. Eran las cinco de la tarde, pero bebían cerveza como si fuera agua. El entorno en el que viví la final era extraño, como la propia final. Un Francia-Croacia insípido, con una Francia que no enamoraba y que ganó la final porque tenía más motor que Croacia. La final fue como una carrera de Fórmula 1, aburrida a no ser que ocurriera un accidente que no ocurrió.

            No quisiera despedirme sin comentarte lo de David de Gea. ¿Tú que hubieras hecho? ¿Lo hubieras sentado? Parecía bloqueado. El puesto de portero tiene algo religioso, y de Gea perdió feligreses. Casillas te puede gustar más o menos, pero nadie cuestionaba que tenía un arito de santo en la cabeza. Jugar con un portero al que se le doblan las manos es como navegar con un capitán que no visualiza tierra en los días previstos. Puede que no sea su culpa y que esté muy cualificado, pero se pierde la tranquilidad a bordo. Es una decisión difícil Andrés, pero lo cierto es que a veces los entrenadores respetan más al jugador que al equipo, y hay ocasiones en las que los jugadores, como humanos que son, no están en su momento.

            Por último, me gustaría comentarte lo del mestizaje en los equipos. A mí me gusta. Francia jugando con africanos o hijos de africanos. Australia jugando con croatas. Suiza jugando con kosovares. Rusia jugando con brasileños. Pura globalización. Sin embargo en España, diría que lo más exótico que teníamos eras tú, que eres de Albacete.

            En la clase de mi hija hay un niño chino, Xi-man, que tiene una planta de 9 buenísima. ¿Te imaginas a Xi-man de 9 con España? A mí me encantaría. Acompañando por la izquierda por un hijo de Munir, y por la derecha por el nieto del Cholo Simeone, o el de Cruyff por ejemplo. ¿Te imaginas a Xi-man tocándola de primeras? ¿Te imaginas un centro del campo de amarillos, negros, tostados y blanquitos tocándola como los hacíais Xavi, Silva, Xabi, Busquets y tú? ¿Te lo imaginas, Andrés? ¿Te imaginas que ganamos otro mundial así, moviendo el balón con esa precisión, rapidez y elegancia? ¿Te imaginas esos niños de colores marcando un gol y besando la estrella que tú nos hiciste ganar? Te imaginas que Xi-Man marca en la final de un mundial y se levanta la camiseta para mostrar otra debajo donde se lea «Gracias Andrés por enseñarnos el camino».

¿Te lo imaginas?

Mira, la lágrima del día de Rusia. Ahora se me cae.

Cuídate mucho,

Julián