EUROCOPA UCRANIA 2012

Kiev, Eurocopa Ucrania-Polonia, Junio 2012

 

Vente pa Ucrania Pepe —le dije a mi primo cuando un sorteo de la UEFA puso en mis manos cuatro entradas para la final de la Eurocopa, condicionadas a que España llegara a la final. Una final en donde se puede ganar Eurocopa, Mundial y Eurocopa, lo que nadie ha conseguido hasta ahora en la historia.

Esta hazaña dejaría una huella que algunos últimamente se empeñan en borrar diciendo que el juego de España aburre. El falso 9 —Cesc en este momento— y la excesiva posesión del balón hace que el juego entre en un letargo del que solo España decide cuando se sale. Para desesperación del equipo contrario, España decide que los partidos existan solo 20 o 30 minutos, o que prácticamente no existan para algunos equipos como Francia. Tras la eliminación en cuartos de final, la prensa francesa decía que su selección era el “equipo fantasma”. Esto puede resultar aburrido para algunos, pero anular de tal modo a la selección del gallo tuvo su gracia.

La final era el domingo 1 de julio, y el jueves por la noche España se jugaba la semifinal contra Portugal en los penaltis. El último penalti lo tiraba Cesc —por cierto tenía la misma cara de angustia que hace cuatro años en Viena, donde se dio un golpe de timón a nuestra historia—. Marcó y salté de alegría como un niño. Después de unos vuvuzelados desde mi balcón, empezaron a caer mensajes y llamadas al móvil. Hay ganas de ir a Ucrania. Me reconfortó ver como otros perdían poco a poco la cabeza, que yo ya tenía perdida desde hacía tiempo. Estuve hasta las tres de la mañana buscando vuelos para cuadrar la expedición a Kiev. Y aquí estoy, en pleno vuelo a Londres donde me esperan mi hermano Jose, y mis primos Ernesto y Pepe.

Es sábado por la mañana y escribo este ratico de futbol mientras desayuno en una cafetería junto al metro de Druzhby Narodiv. Ayer, en el aeropuerto de Londres-Luton hicimos una “embutidos party” con material de primera calidad traído por Pepe desde Lorca. En el vuelo Londres-Kiev se intuían algunas caras ibéricas, pero yo era el único claramente identificable porque llevaba una camiseta de la selección. Cuando aterrizamos en Kiev, desde la cola del avión, un grupo comenzó a cantar animando a España. Alguien soltó un ¡Viva España!, a lo que un tercio del avión respondió ¡Viva! Hasta un «Viva la Virgen del Rosario» se pudo escuchar en la cabina del avión.

Entre risas buscamos un taxi por el aeropuerto de Kiev. La mayoría de rótulos estaban en una lengua que parece diseñada por el propio belcebú. Viajamos con una dirección apuntada en un papelito. Es la dirección de un apartamento que mi primo Pepe había conseguido gracias al contacto de un contacto. No sabíamos muy bien a donde íbamos.

Al llegar a nuestro destino nos encontramos un edificio que no tenía luz, así que tuvimos que entrar usando la luz de los móviles. En el barrio no pudimos comprar nada sin moneda ucraniana y no encontramos bancos abiertos. Así que nos fuimos al centro de Kiev y allí cayeron las primeras cervezas del fin de semana. En los bares, como en el campo, la posesión es española. No apuramos mucho la noche, y nos retiramos a dormir entre risas. La felicidad se puede medir en tiempo o en intensidad.      Estos dos días y en esta compañía me hacen intensamente feliz. A mi primo Ernesto, con treinta y pocos años y dos criaturas, le han diagnosticado un sarcoma recientemente. Es un cáncer de tejidos blandos y muy agresivo. No hace mucho, un cáncer similar se llevó a Miki Roqué, un jugador del Betis de 23 años. Nosotros no nos lo acabamos de creer, ni Ernesto tampoco. A veces alguien del grupo, él incluido, pierde la mirada. Lo que nadie pierde es el humor. Todos nos iremos algún día. Hasta entonces no hay mejor manera de usar el tiempo que sonriendo y compartiendo buenos raticos de vida con la gente que quieres. Y en esas estamos en Kiev.

El día antes de la final

 

Es sábado 30 de Junio y amanece en Kiev. Me asomo por la ventana a ver qué pinta tiene el barrio y el edificio con la luz del día. Frente a nuestro edificio, algunos chicos están sentados en un banco tomando cerveza. Me noto la garganta tocada. Posiblemente fruto de perder la batalla nocturna con mi primo Ernesto por la sabana del sofá-cama compartido. Mientras se reactiva el resto de la tropa, lanzo una expedición por el barrio en busca de un buen café con leche que me haga entrar en calor. Desayuno y tomo notas para este ratico de fútbol.

Ya con las camisetas de la roja, salimos los cuatro a explorar la ciudad. En la parada de metro del barrio, Druzhby Narodiv, una voluntaria de la Eurocopa habla algo de inglés y de castellano. Está tan emocionada de encontrar a aficionados en su remota parada que ella nos hace más preguntas a nosotros que nosotros a ella. Su entusiasmo es tal que nos pide tomarse una foto con nosotros. Nos acompaña hasta el mismo vagón. La simpática y entusiasta voluntaria nos informa mal y cuando llegamos al Estadio Olímpico a cambiar nuestros vouchers por entradas nos dicen que no es allí, que debemos ir al estadio viejo del Dinamo. Nos lo tomamos con la calma y vamos hacia allí callejeando. No tardamos en corroborar que de día los ucranianos tampoco hablan inglés. Visitamos un mercado. Ellos hablan en su idioma y nosotros en el nuestro, pero nos entendemos. Para comunicarse parece que solo hace falta que las dos partes tengan ganas de hacerlo. Nos encontramos los primeros grupos de españoles y nos ponemos a hablar como si fueran los vecinos del quinto. Una final en Londres o Paris no hubiera sido lo mismo. En Kiev cada uno contaba sus peripecias para llegar hasta allí y para alojarse en una ciudad donde los hoteles estaban carísimos. Muchos ya venían de las semifinales en Donetsk y contaban maravillas de la gente local poco acostumbrada a ver extranjeros.

Hace calor. Entramos a comer en un lugar donde vemos bastantes ucranianos. De primero comemos unas sopas frías de pepino y de remolacha. Después platos combinados de carne con setas y patatas. Mi hermano José, que ha emparentado con Lituania, dice que la comida se parece mucho a la Lituana. Ponemos en orden algunos datos y efectivamente, Ucrania y Lituania, junto a Polonia y Bielorrusia fueron una misma republica-reinado-ducado (Wikipedia te dirá los detalles) durante varios siglos y hasta finales del XVIII. Las sopas están muy buenas. Las buenas recetas sobreviven a reyes, duques, y banderas. Sería interesante estudiar el realismo de un mapa político basado en la gastronomía, que es algo esencial en la cultura de los pueblos. En esta España cainita en la que vivimos, la frontera se podría poner allí donde alguien no metiera la mano en un plato de jamón ibérico recién cortado.

Continuamos nuestro camino en busca de las entradas y llegamos a unas oficinas junto al estadio antiguo del Dinamo de Kiev. A la entrada aparece una escultura monumental de Valeri Lobanovsky, jugador y entrenador histórico del Dinamo de Kiev. Valeri era matemático y dicen que fue de los primeros en introducir cálculos estadísticos en el fútbol. Cuando era entrenador del Dinamo de Kiev, su equipo metía miedo con un tal Shevchenko en punta y un tal Rebrov de enganche. Ese equipo goleó al Barςa de Rivaldo y Figo, y llegó a las semifinales de la Champions League. Aunque ganó una Recopa, dicen que Lobanovsky soñaba con tener “la orejona”, la Champion. Murió en el 2002 sin haberla ganado. Por eso Shevchenko, días después de ganarla con el Milán en el 2003, la llevo a Kiev para, con lágrimas en los ojos, posarla junto la estatua de su maestro Lobanovsky. Con aquel gesto y aquella lección Shevchenko también se convirtió en maestro.

Por la tarde paseamos por la avenida Khreschatyk donde está la Fan Zone. Allí hay música, casetas de patrocinadores, pantallas gigantes, y cervezas a dos euros. Se ven pocos españoles y casi ningún italiano. Creemos que muchos viajarán el mismo día del partido en vuelos charter. Así que la mayoría de la gente que pasea por la Fan Zone son ucranianos. Como vamos vestidos con las camisetas de la selección y llevamos un pañuelico con los colores de Ucrania en gesto amistoso, la gente nos pide continuamente que posemos con ellos en fotos. Al principio hace gracia. Más adelante ya cansa y empezamos a buscar variantes en las poses: nos tapamos las caras con la bandera, besamos en los carrillos a las chicas, subimos en peso a los chicos, nos ponemos de espaldas, etc. Llega un momento en el que entiendes por qué los famosos se vuelven antipáticos. No hay otra manera de escapar. Huimos hacia nuestro apartamento en espera de refuerzos para posar en las fotos con los ucranianos. Hacemos una sesión de yoga ibérico o siesta, y después nos cenamos unos botes de lentejas y alubias acompañados con ensaladica y cervezas ucranianas de nombre impronunciable. Todo nos sabe a gloria.

Ya de noche volvemos a la Fun Zone. Vemos un concierto de tributo de Queen. El falso Freddie Mercury, como el falso 9, convence a ratos. Ya se ven bastantes españoles. Italianos muy poquitos.

Tras el concierto las camisetas rojas se van acumulando y los cánticos cada vez suenan más fuerte. Las conversaciones con españoles no salen de un triángulo mágico cuyos vértices son: (i) fútbol, (ii) ¿Cómo coño has llegado hasta aquí?, (iii) ucranianas. Alguno bromea con que no hay gordas en este país. Miramos alrededor y ciertamente no hay manera de localizar a ninguna con sobrepeso. Pepe, tirando de humor negro, concluye que ese porcentaje de cuerpos tan delgados y esbeltos se sale de la normalidad, y sugiere que tuvo que haber algún genocidio selectivo en el país. Nos descojonamos con la ocurrencia. Pero hoy mismo, leyendo algo sobre la historia de Ucrania se me han puesto los pelos de punta al leer sobre el Holodomor (Holocausto Ucraniano) que fue una hambruna forzada por el malparido de Stalin en Ucrania, entre 1932 y 1933, por la que murieron unos 10 millones de personas. Jugando a ser biólogo evolutivo, quizás la delgadez forzada de los antepasados marcó el metabolismo y la fisionomía de los ucranianos actuales. Recientes estudios en gusanos y ratones indican que, según sea tu estilo de vida, a través de la epigenética marcas tu ADN y estas marcas son heredables pudiendo influir en el metabolismo e incluso en la esperanza de vida de tus descendientes. Bueno, volvamos al fútbol.

Seguimos a la marea roja que nos lleva a los bares. De ese sábado noche recuerdo especialmente el momento en el que un DJ puso el WAKA WAKA y la gente con camisetas rojas comenzaron a saltar como resortes. El recuerdo de Johannesburgo me puso los pelos de punta. ¡Iniesta de mi vida!

Las fuerzas fallan y pillamos un taxi de vuelta al barrio. Nunca pagamos lo mismo por el mismo trayecto. Fabricar taxímetros en Ucrania no es buen negocio porque los usan poco. El precio depende de las ganas que tengas de negociar. De vuelta en el barrio vamos a la tienda de 24 horas donde, a través de una ventanilla, hacemos mímica para hacer la compra. Uno de los mayores logros fue comprar papel higiénico. La dependienta se partía de risa cada vez que íbamos a la tienda. Caigo al sofá-cama como cae un mueble.

El día de la final

Kiev amanece soleado el día uno de julio de 2012. Acercamos la nariz a la colección de camisetas rojas para comprobar cuál es la más apta para el paseo matutino. Para la tarde-noche reservamos las camisetas de gala. Paseamos por la ciudad vieja a orillas del rio Dnieper. Criado a orillas del Segura, parece mentira que a los dos se les llame río. Hay barcos mercantes, barcos de paseo, y al fondo, en una isla, hay una playa. Por las calles vemos más alemanes que italianos. Seguramente ya tenían el viaje planeado y entre Pirlo y Ballotelli les chafaron el plan.

Next time —les decimos de buen rollo a los alemanes. Ellos nos contestan con una sonrisa forzada que se interpreta «Next time tu puta madre». Así que decidimos evitar conversaciones con alemanes.

Paseando por la ciudad antigua entramos a una iglesia ortodoxa. La iglesia es oscura y muy cargada de pinturas y adornos. Al entrar, a mano derecha, una mujer mayor con un pañuelo en la cabeza vende velas y estampitas. La mujer es inexpresiva. Parece parte del decorado. Pepe le compró cinco velas. No calculó bien y a la hora de poner la quinta me pregunta— Primo, ¿a quién le pongo la última?

—A Iniesta —le digo.

Llegamos a una plaza donde se acumulan tranvías y un señor mayor se nos acerca con una bolsa de basura enorme. Él solo habla ucraniano, pero lo habla con tal ímpetu que hasta creemos entenderlo. Nos quiere vender algo. El señor saca de la bolsa una langosta de corcho, parece que hecha a mano, que en vertical tiene forma de Copa de Europa. Según él, si llevamos esa langosta al estadio las cámaras de televisión nos enfocarán. Las vías por la que la necesidad aviva el ingenio son insospechadas. Mientras nos preguntamos qué hará con la langosta si no la vende, nos metemos en la boca de metro y volvemos a nuestro campamento base de Druzhby Narodiv.

Al llegar a casa, camisetas fuera, cerveza fresca fuera, botes de lentejas y fabada Litoral con pan caliente para adentro. Un preámbulo de manual para tener una excelente siesta. Tras la siesta, comenzamos a acicalarnos para la gran final. Banderas, vuvuzela, gorras, y un guiño a Ucrania con unas diademas con banderitas azules y amarillas sobre nuestras cabezas. Como cuatro o cinco horas antes del partido nos vamos para la Fun Zone. Antes de tomar el metro pasamos a saludar a nuestra amiga vendedora de tomates para que nos vea vestidos de gala para la gran final. Nos hacemos unas fotos con ella, cruzamos unas palabras aunque no nos entendamos, y nos casca un par de besos a cada uno y una palmadita en la espalda mientras nos dice algo.

—Andar con Dios, hijos —interpretamos nosotros.

En la Fun Zone tenemos como principal objetivo encontrarnos con Fran Ortín que venía en un vuelo charter desde Madrid. Asuntos laborales le tenían en Madrid y no pudo resistir la tentación. Por ese trabajo le habían pagado una cantidad de dinero, que fue la que se gastó en el viaje. Cuando le pregunté si no le picaba el gasto del vuelo charter a Kiev, Fran me contestó con una célebre frase de José Mota: Las gallinas que entran por las que salen. Mi hermano es un sabio.

La Fun Zone es una fiesta en toda regla; cerveza, música y desconocidos con ganas de hablar, reír, cantar o hacerse fotos. Llega Fran y al vernos imita al Papa. Clava las rodillas en el suelo y lo besa. Su calentón para venir a Kiev fue tan real e improvisado que era el único español que no traía camiseta roja. Le dejo una y nos hundimos en la fiesta.

En mi experiencia, en eurocopas y mundiales, esté México o no jugando, siempre aparecen algunos mexicanos con sombreros de mariachi. Es una constante imperturbable en la historia del fútbol mundial. Mientras tomamos pizzas y cervezas caemos junto a uno de estos comandos mexicanos. Uno de los mexicanos es de los Pumas, y Fran y yo le cantamos una porra de su equipo «Goooya, tachun, tachun, ra-ra, tachun, tachun, ra-ra, …Gooooya ¡Universidad!». Le contamos que nosotros estuvimos hace unos años en México DF, en el Estadio Olímpico, viendo un Pumas-Veracruz. El pinche güero se emociona, y nos dice que tenemos que aprendernos otra canción de Pumas. Comienza a enseñárnosla entusiasmado, pero en un pequeño despiste hacemos un movimiento rápido y coordinado y desaparecemos. Discúlpanos amigo. No era el momento guey.

El ambiente en las calles de Kiev aumenta cada minuto que nos acercamos a la hora del partido. La euforia y la cerveza van haciendo su efecto. Vemos pasar a una señora con un sombrero y le sacamos un parecido a la Reina Isabel II de Inglaterra. Acto seguido, le cantamos el God save the Queen. Por otro lado Pepe nos avisa para hacernos unas fotos con un personaje que a primera vista me parece que lleva las gafas culo-de-vaso de broma más simpáticas que he visto en mi vida. Eran tan reales que eran reales. Por el flanco izquierdo escucho a mi hermano Jose hablando alemán y partiéndose de risa —no tenía ni idea de que mi hermano hablaba alemán—, por el flanco derecho Ernesto se hace fotos con una japonesa vestida con un kimono tradicional.

En medio de ese ambiente mágico y surrealista ponemos rumbo al Estadio Olímpico y hacemos una parada técnica en el último bar. Allí solo venden cervezas de litro. Un compadre asturiano se acerca a decirnos que nos compra un vaso de cerveza de los que llevamos en la mano porque él solo no se anima a beberse un litro. Le regalamos la cerveza, se la bebe, y se suelta a contarnos su historia. Ha estado ya en varios campeonatos. Estuvo en Sudáfrica. Viaja solo pero saluda a casi todos los que pasan por el bar. Lleva a su lado a un escudero ucraniano. Dice que es su nuevo colega y que va a intentar colarlo en la final. Solo tienen una entrada para los dos. Nos explica la estrategia pero no entendemos nada. Más tarde, dentro del estadio encontramos al asturiano y al ucraniano. Lo vuelve a explicar y seguimos sin entenderlo. El compadre asturiano coló a un ucraniano y a mí me putearon para pasar al estadio una vuvuzela, ya que estaba prohibida por el ruido que hacía. La dictadura de la UEFA llega hasta al sonido de ambiente. Ellos eligen la banda sonora de los partidos y de las celebraciones con una música de mierda a todo volumen que apagan los cánticos de las aficiones. Esto de poner ambiente de discoteca en los estadios es para llevar a Platiní al Tribunal de La Haya. Es algo lamentable. Hay que esperar a que el DJ del estadio deje de poner música para poder cantar en el estadio.

A la cuarta puerta de acceso que pruebo consigo entrar la vuvuzela camuflada entre la espalda y alto recto, que si no fuera porque la compré en Johannesburgo y lleva un campeonato del mundo a las espaldas ya la hubiera tirado a la basura hace rato.

Entramos al Olímpico de Kiev y nos sentamos en el segundo anillo, en mitad de un triángulo gigante de camisetas rojas. Saludamos a nuestros vecinos y nos abrazamos deseándonos suerte. Descubrimos a un par de murcianos, Ginés padre y Ginés hijo, que habían venido en coche desde Murcia. La explicación del padre fue para enmarcar.

—Estaba merendando con mi zagal y dijimos —vamos coño—. Nos hicimos 3000 kilómetros y aquí estamos.

Un par de huevos, sí señor. Lástima que no me quedé con su móvil porque sino en su regreso, al pasar por Barcelona, hubiera ido a la autopista a aplaudirles. Ellos, al igual que nosotros, tenían una entrada para la final condicionada a que llegara España. Mucha gente se quedó con la entrada en casa porque organizar un viaje a Ucrania en dos días no es fácil ni para el bolsillo ni para la logística. Pero eso a la UEFA le da igual. Ellos cobran por adelantado las entradas, y el resultado es que muchas entradas se quedan sin usar, espacios vacíos, y gente en la puerta con ganas de entrar. Unos chicos nos contaron que en Donetsk, en la semifinal entre España-Portugal, para disimular la cantidad de asientos vacios, abrieron las puertas del estadio en el descanso.

Himno en el estadio

El partido

En los partidos importantes donde hay mucha tensión me gusta fijarme en la primera jugada, y en los primeros 2 o 3 minutos. En ese puñado de segundos se ven detalles que informan sobre el estado de ánimo y de ansiedad de los equipos. A veces, un simple gesto de un jugador puede transmitir confianza o desconfianza al resto del equipo.

Comienza el partido, saca España y el balón sale del semicírculo para llegar a los pies de Busquets. A Busquets le presiona Balloteli que le llega como un toro Miura. Busquets, que lo recibe a puerta gayola, impasible, le hace un recorte y Balloteli pasa de largo. Busquets toca tranquilo a su compadre Iniesta que recibe con su natural elegancia. Ese gesto que puede pasar desapercibido creo que fue un mensaje de Busquets para todo el equipo «Chicos, aquí estamos nosotros para tocarla. Ellos que corran».

Y el mensaje caló hasta los huesos de La Roja porque hacía tiempo que no se veía un baile futbolístico semejante. Silva se ofrecía a cada momento. Xavi decidió que era el día para dar una clase magistral de recibir y tocar balones, e Iniesta, Iniesta de mi vida, jugó con una tranquilidad que bien parecía que jugaba con batín y pantuflas de estar por casa. Italia, tirando del orgullo que le daba haber eliminado a Alemania en semifinales, no se fue atrás ante el toque español y se empeñó en ir a quitarle el balón a España. Pero al poco tiempo de tan noble empeño, y después de un ratito sin que un italiano tocara la bola, Xavi se asoció con Iniesta y este, con sus pantuflas, lanzó un pase preciso en profundidad a Cesc que sobre la línea de fondo centró para que Silva rematara de cabeza a la red. Gooollllll. Besos, abrazos y pelos de punta. La vela que pusimos por la mañana a Iniesta ya estaba amortizada. El pase que dio el de Fuentealbilla hasta en la tele cuesta anticiparlo. Pura magia.

El segundo gol quizás fue el más bello. Jordi Alba en su posición de lateral izquierdo pasa un balón a Xavi en el centro del campo. Xavi hace un control orientado hacia la portería contraria, levanta la cabeza y ve un páramo desolador, cuatro camisetas azules y ninguna roja. Cosas del falso nueve. Xavi ya prepara la recogida de velas e inicia un giro hacia atrás, pero observa por el retrovisor una forma rojiza que corre como una ratilla de regreso a su agujero.

¿A dónde ira este muchacho? —se preguntaba Xavi—. Mientras buscaba una respuesta, observaba como el cuasi-imberbe de Jordi Alba se metía como un cuchillo entre tres italianos como si estuviera corriendo los cien metros lisos.

Mientras corre Alba lleva el cuello girado, casi como la niña de El Exorcista, incitando al pase al maestro Xavi. Un amago de Xavi, con dos golpes de cadera, consigue el tiempo que necesitaba para estudiar la peregrina carrera de Alba. Entonces la computadora de Xavi detecta una única solución, una vía de un palmo de anchura, una sola brecha por la que el muro italiano es atacable. Jordi en su carrera se acerca a Buffon y Xavi resuelve los cálculos en un segundo para durante el segundo siguiente enviar un balón simplemente perfecto en velocidad y trazado. Alba remata la obra enchufándosela a Buffon por el palo corto. El gol es de esos que dan hasta risa. Xabi Alonso, que fue el primero en llegar a abrazarlo, llevaba una sonrisa de esas que dice— ¡que cabrón!

Cántico en el estadio

Al principio de la segunda parte, con 2-0, Di Natale tuvo una oportunidad que paró Casillas, y minutos más tarde se lesionó Mota para dejar a Italia con 10 jugadores porque ya había hecho los tres cambios. Aun así, no leí ni una sola crónica, nacional o internacional, que hablará de mala suerte de Italia. El dominio del balón y del juego fue tan escandaloso que no hubo periodista que se atreviera a buscar alguna excusa.

En el 3-0, Xavi robó un balón con un toque y con el segundo le dio un pase de gol a Torres que solo ante Buffon marcó de tiro cruzado.

Una de las cosas que ya no se discuten es la del doble pivote. Xabi y Busquets ofrecen un equilibrio y un control del partido que ahora es innegociable. Atrás, Sergio Ramos está en un momento de forma que también da la risa. Hasta Balotelli parecía un niño chico disputándole un balón.

El cuarto gol sale de un pase de Busquets de 30 metros, rasito, a un desmarque de ruptura de Torres que le regala el gol a Mata que llegaba de segunda línea con la bayoneta en alto. Este cuarto gol nos pilló bajando por las escaleras de la grada ya que queríamos estar más cerca del campo para cuando los jugadores se acercaran a los aficionados con la copa. Damos abrazos y chocamos manos por el camino, con españoles o con gente de cualquier lugar que entusiasmados con la exhibición de La Roja se sienten uno de los nuestros. Estamos en segunda fila, y cuando los jugadores se acercan a nosotros mi hermano llama a Xabi. Xabi me reconoce a pesar de que solo hemos coincidido unas pocas veces gracias a que es amigo de mi compadre Víctor. Me señala, se ríe y viene hacia mí rompiendo el cordón de seguridad. Yo me voy hacia él pero me caen unos cuantos aficionados encima. Aun así, con las gafas medio caídas y con un pie atrapado entre dos asientos, eufórico, consigo darle un abrazo y decirle «Grande Xabi. Grandísimo».

Vuelta honor con la copa

Después del abrazo la gente de alrededor comienza a hacerme fotos. Alguno se acerca y me pregunta que quien soy yo. Algunos empiezan a borrar fotos de la memoria cuando se dan cuenta de que tener una foto mía no tiene ningún valor mediático, y aún menos estético.

Ahora recuerdo el final del ratico de fútbol de la final de Johannesburgo, cuando le dije al taxista «we are here to stay». Después de tantos años hemos llegado para quedarnos. Se gane o se pierda, el fútbol de toque de España quedará, y no solo en los libros de historia sino también en las conversaciones y en los recuerdos de fútbol.

Niños, padres, tíos, sobrinos, abuelos, nietos, mozos y veteranos de los jardines, descampados, pistas, campos, callejones de España, por favor, tóquenla. Tocarla fácil y por abajo. Tocarla con elegancia. Tocarla con cariño. Que la fiesta no acabe nunca.

Al día siguiente pasamos a despedirnos de la vendedora de tomates y le dejamos toda la comida que nos sobró. No fuimos capaces de entendernos ni una palabra después de tres días, pero la despedida fue emotiva.

De regreso hicimos escala por unas horas en Venecia, y decidimos no llevar camisetas rojas por respeto a Italia y a los italianos. Un respeto que algunos compatriotas se pasaron por el forro testicular gritando OLÉS durante el partido. Yo odio profundamente los OLÉS en el estadio. Aún recuerdo los octavos de final del mundial de Alemania, cuando a los cinco minutos de partido la afición española ya estaba con los OLÉS. Al final Zidane y compañía nos metieron tres y nos mandaron merecidamente para casa. Pasar a la historia no depende tanto de conseguir cosas, sino de como las consigues.

Hablando de cómo conseguir cosas, mi primo Ernesto esperó la evolución de su sarcoma con una dignidad y una fortaleza que aún me sobrecoge. Durante los tres días en Kiev, no dedicamos más de un minuto a hablar de su cáncer. Solo hablamos algo sobre esto en el avión de vuelta y porque yo le pregunté. Vivió esos tres días en Kiev como vivió toda su vida, devorando lo que esta le ofrecía y compartiendo el festín con los que le rodean. Semanas más tarde, mientras estaba en sesiones de radioterapia, le dijeron que el diagnóstico fue erróneo y que el tumor era benigno. Después de la buena noticia subió el Mont Blanc y el Kilimanjaro pero, para mí, la montaña más alta la subió en Kiev, a tan solo 179 metros de altura y sin dejar de sonreír.

Resumen del partido

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