NOSTALGIA DEL BALLET AZUL

Millonarios de Bogotá 3 Tolima 0. (28-11-2012)

En 1949, Millonarios de Bogotá fichó a Alfredo di Stefano de River Plate junto a otros futbolistas extranjeros. Vestían de color azul y después de meter 4 o 5 goles, para no humillar al rival, hacían tiempo pasándose el balón con tal elegancia y compás que los llamaron el “Ballet Azul”. Cuando el Real Madrid celebró sus 50 años de historia, quiso medirse al mejor equipo sudamericano del momento. El 28 de marzo de 1952, las 40.000 personas que asistieron al Santiago Bernabéu veían como Millonarios danzaba por el césped y ganaba 0-4 en el descanso, con dos goles de Alfredo di Stefano. «Lalalalá, lalá, lalá… Lalalalá, lalá, lalá». Ballet en Chamartín. A falta de 20 minutos, Millonarios solo bailaba con 9 por tener dos lesionados y no poder reemplazarlos, y el Madrid pudo hacerle dos goles. Dolido en su orgullo, el Real Madrid retó a Millonarios en Bogotá, donde volvieron a perder 2-0. Al año siguiente, el Real Madrid fichó a ese rubito argentino que sería protagonista, junto a Puskas, Gento, y Kopa, del Real Madrid ganador de varias Copas de Europa, allá por los 60, con televisión en blanco y negro.

Foto: Jugadores de Millonarios en el Santiago Bernabeu (1952) (Di Stefano tercero por la izda)

chandal millos

millos madrid prensa 1952

El 26 de noviembre del 2012 aterricé en el aeropuerto de El Dorado en Bogotá. Desde el aire se observaba una ciudad asimétrica. Las viviendas de 9 millones de almas se distribuyen paralelas a una cordillera orientada norte-sur. Hacia el norte, edificios altos y parcelas ostentosas. Hacia el sur, casas bajas y humildes. La diferencia de clases —estratos les llaman allí— no solo es evidente desde el aire, también en las calles, y en teoría también en las aficiones de los clubs de la ciudad. Me cuentan que Millonarios, de color azul como el partido conservador, es el equipo de los más acomodados. El otro equipo de la ciudad, el Santa Fe, viste de rojo, color del partido socialista. Observo varias camisetas de Millos (Millonarios) por el campus de la Universidad de Los Andes, privada y la más cara de la ciudad —6000 dólares el semestre—. Cuando pregunto sobre su equipo a un par de taxistas y a vendedores callejeros me responden que son del Santafecita.

La liga Colombiana termina a fin de año y yo llego en el momento en el que se juegan dos cuadrangulares de donde salen los finalistas de la liga. Santa Fe quedó eliminado, pero Millonarios continúa en la competición. Cuando uno sale de su país, a veces necesita preguntar la misma cosa varias veces porque hay conceptos que no se entienden a la primera. Al preguntar cuando juega Millonarios, unos me dicen que el miércoles y otros que el jueves. Continúo preguntando para aumentar el número de muestra y las dos opciones no desempatan. Algunos insisten en que juega el miércoles contra Tolima el cuadrangular por la liga. Otros me aseguran que juega jueves contra Tigre, equipo argentino, la semifinal de la Copa Sudamericana —equivalente a la Europa League—. No sé con que versión quedarme y decido comprar la prensa. Releo la sección de deportes y veo que todos tienen razón. Millos se juega entrar en la lucha por la final de la liga el miércoles, y el partido de vuelta de semifinales de la Copa Sudamericana es el jueves. No me lo puedo creer. Para aprender no solo se debe escuchar o leer mucho, también hay que abrir nuevos espacios en la mente.

Buscando explicaciones, pregunto a la gente sobre este tema. ¿Cómo es posible que se jueguen dos partidos tan importantes en días consecutivos?

—Son campeonatos diferentes —me dice uno.

—Pues no son la misma cosa —me contesta otro.

Son buenos ejemplos de la resignación que se tiene por estas longitudes del planeta ante ciertos desordenes. Es así, y punto.

Pregunto hasta cuatro o cinco veces donde se pueden conseguir entradas —allí les llaman boletas—. Ubico un lugar cerca del funicular que sube a Monserrate, un monasterio desde donde se puede observar toda la ciudad y donde se encuentra la escultura de una virgen morena, huella del paso de algún catalán por esta ciudad. Lamentablemente el Estadio Campín, tiene sus 41.000 asientos vendidos para el partido contra Tigre. Solo me queda la posibilidad de ir a ver el partido de liga contra Tolima. Pregunto a la vendedora por la zona del campo con «más ambiente», y me entrega una boleta de la Popular Sur por 30.000 pesos (unos 14 euros). El día del partido me doy cuenta de que mi lugar en el estadio está equidistante a los dos fondos donde hay más ambiente. Seguramente no pregunté lo suficiente. O no me entendió. O quizás  la señora, sabiamente, me entregó una boleta para ese lugar, conocedora de que el concepto de «ambiente futbolístico» no es el mismo a este lado del atlántico. Después de haber visto como celebraban los goles en los fondos, empujándose y aplastándose mientras se dejaban caer hacia las primeras filas de la grada, me alegré de estar sentado en un lateral.

El partido comienza a las 7:30 de la noche. A las 6:15, ya anocheciendo, salgo del Hostal Chorro de Quevedo en el barrio antiguo de La Candelaria. A las 6:30 llego a la parada de Transmilenio de Museo del Oro (el Transmilenio es un servicio de bus con carriles exclusivos que se asemeja al metro pero por la superficie) y ya es de noche. En las regiones ecuatoriales el sol sale y se pone drásticamente. On/off. Al llegar a la parada veo que el servicio está interrumpido porque hay una manifestación silenciosa que corta una de las vías principales de la ciudad, la Carrera Siete. Me dicen que es una protesta de la rama judicial. Van vestidos de negro y portan velas en silencio. Parece una procesión de Semana Santa.

Toca caminar hasta la siguiente parada de Transmilenio y allí veo un tapón de gente que se acumula en la entrada. Como prefiero evitar los tumultos, decido caminar hasta la siguiente parada, y me sorprende que la gente no considere esta opción. Entonces recuerdo que en algunas ciudades latinoamericanas, dos calles más allá o más acá puede suponer meterte en un avispero o no. Cruzando las Carreras 13 y 14, el ambiente se oscurece y extraños personajes aparecen en las esquinas, conversando, observando, o no haciendo nada, como pasmarotes. Allí me vienen a la cabeza los Whatsapps cruzados con mi compadre Fran.

—Fran, ¿tú estuviste en Bogotá, no? ¿Alguna sugerencia?

—Sí. Si anochece, camina deprisa — me contestó—. Nítido brother.

 

Aun a paso ligero y desenfadado, como el que tiene prisa pero no miedo, me llegan ofertas.

—Patrón, le vendo un iphone 4 nuevecito.

—A la orden. ¿Coca? ¿Marihuana?

De caminar ligero paso al trote y, antes de pasar al galope y perder la dignidad, llego a la parada de Transmilenio donde hay un par de policías en la entrada. Tomo un bus y hago un transbordo en la estación de Ricaurte, y desde allí otro bus me lleva por toda la carrera 30 hasta el Estadio Campín.

A la orden, el agua. A la orden, chicles. A la orden, la camiseta de millos —se escucha un runrún constante de vendedores en los alrededores del estadio.

Miro de reojo la camiseta y pienso que no es mala idea contar con los poderes del camaleón por 10.000 pesos. Me compro la camiseta y entro al estadio camuflado. Llego unos minutos tarde pero el partido aún no ha comenzado. Veo dos masas de gente en cada uno de los fondos, muchos con camiseta azul y algunos descamisados, saltando y cantando a ritmo de tambores. Puras barras latinoamericanas. ¡Que cabrones! —pienso con cierta envidia—. Frente a mí tengo la tribuna, una grada más exclusiva donde están las autoridades. Escuché decir que los de enfrente eran los culos plateados. Las cheerleaders, a las que se les intuye muy buena salud, bailan solo para los culos plateados de la tribuna. Al principio me pareció que era un caso deplorable de clasismo. Luego entendí los riesgos de poner a esas chicas a bailar frente a los dos fondos rebosantes de hormonas.

Busco donde ubicarme y decido ponerme por la parte de arriba de la grada, donde la gente estaba de pie. Me sitúo junto a tres compadres colombianos que me reciben amablemente y me informan de cosas. Al rato uno de ellos me pregunta si soy Argentino o Uruguayo. Un error que nunca cometen los vendedores de las zonas más turísticas. Mis socios me dicen que están jugando mayoritariamente los reservas y que los titulares los han guardado para el partido del día siguiente, el de la copa Sudamericana. En la liga está el honor y prestigio del campeonato nacional que Millonarios no gana desde hace 14 años. En la Copa Sudamericana, además del prestigio está el dinero.

Ya adelanto que esa noche los suplentes golearon al Tolima 3-0 en el cuadrangular de la liga. Una victoria fundamental para que Millos siguiera con opciones al título. En cambio, los titulares no pudieron ganar a Tigre y fueron eliminados de la Copa Sudamericana.

No se ve mucha calidad en el juego, salvo un mediapunta de Millos, el dorsal 32, que filtra pases envenenados, saca limpios los balones sucios que le llegan, y conduce el balón pegado al pie y con la cabeza levantada. Se llama Tancredi y es uruguayo. No entiendo que sea suplente. Mis amigos me dicen que es suplente porque hace poco que ha salido de una lesión larga. Arriba Millos tiene a dos negritos, uno rápido y otro torpón. El torpón, llamado Moreno, se ganó a pulso el ser cambiado en el descanso. El análisis de la afición es que Moreno llevaba un guayabo (resaca). El Tolima contraatacaba con cierto peligro pero sin gol. Cero a cero en el descanso y poco fútbol. No queda nada de aquel Ballet azul, cuyo bailarín principal era Di Stefano.

En el descanso me meto a las entrañas del estadio y decido comer lechona con arepas. La lechona está tierna y deliciosa. Me encuentro a mis compadres:

—¿Comes lechona? ¿No sabes que eso es lo que comen en Tolima? —me bromean.

Me ofrecen un tintico. No me atrevo a probar vino de la zona a granel y digo «No, gracias». Al momento me doy cuenta de que un tintico es un café y no un vino.

Al poco de comenzar la segunda parte, Tancredi —no podía ser otro—, desatasca el partido con un derechazo desde fuera del área que se cuela a media altura junto al poste izquierdo del portero. Tancredi y alguno de sus compañeros celebran el gol bailando el Gangnam style. Un guiño a la globalización. La afición enloquece con el gol. Todo el estadio canta «y gol,y gol,…y gol y gol y gol».

El repertorio de canciones es amplio. Muchas melodías me recuerdan a cánticos que escuché en Argentina, y que ahora también se escuchan en España. Al equipo de millonarios lo conocen como el Embajador capitalino, y le cantan «Dale, dale, dale embajador…». Y se acuerdan de sus rivales no capitalinos «…y no me importan los putos de las provincias, la puta que los parió…».

A los 15 minutos de la segunda parte, Tolima comete penalti sobre el juvenil Yuber Asprilla, que sustituyó a Moreno en el descanso, y Robayo lo lanza haciendo el dos cero. El tres a cero lo hace Mosquera desde dentro del área. La afición está emocionada y al unísono marca los pases de su equipo con Oles. Escucho que los Oles en Colombia no suenan con acento en la “e” como en España. En cualquier caso, no me gustan los Oles dentro de un campo de fútbol. Parece que Latinoamérica ha tenido el don de asimilar con gusto las malas costumbres españolas, o será que somos harina del mismo costal.

Con el partido resuelto, me despido de mis compadres y salgo del estadio unos minutos antes. Está oscuro. No hay casi nadie por la calle. Un par de chicos pasan corriendo a mi lado con cara de no haber hecho nada bueno. En el Transmilenio no hay mucha gente y puedo sentarme. Dentro del bus, una chica canta la habanera Veinte años (María Teresa Vera, 1953). La acompañan un percusionista y un chico al violonchelo. La paz se hace dentro del bus mientras se escucha:

Con qué tristeza miramos, un amor que se nos va,

es un pedazo del alma, que se arranca sin piedad.

Al terminar la canción casi todos los pasajeros damos alguna monedita. En ese bus me siento un latinoamericano más. El castellano, la música, la manera de manifestar sentimientos, la pasión por las alegrías y por las tristezas. Será que somos harina del misma costal.

PD: Millonarios ganó la final a Medellín y así consiguió su título de liga número 14. La final se jugó a doble partido, siendo la vuelta en Bogotá.

Leyendo el diario El Tiempo en internet, encuentro un artículo sobre la final que se titula «Fiesta con caos vial y sin víctimas». Si el que no haya víctimas después de un partido de fútbol es noticia, calculo que pueden haber fallecido más personas en los alrededores de El Campín que en la batalla de Boyacá, donde el ejercito libertador tan solo tuvo trece bajas en la batalla clave para echar al ejército español de Colombia. Para que el lector se haga una idea del “ambiente” del día de la final, el periódico El Tiempo cita el parte de la policía como sigue:

«La Policía dijo que fueron incautadas 650 armas cortopunzantes en cercanías al estadio y que confiscaron 1.140 papeletas de marihuana y que se capturó a 52 personas en flagrancia, a 32 más por vender boletas falsas —entre ellas un Policía— y 10 personas más fueron retenidas por porte ilegal de armas. Además se confiscaron 40 kilos de pólvora».

Noticia prensa:

http://www.futbolred.com/archivo/documento/CMS-12457663

Resumen de partido:

Canción “Veinte años”

 

Millonarios en el Bernabeu en 1952