TERREMOTOS DE SAN JOSÉ

San Jose Earthquakes 1 Vancouver Whitecaps FC 1

 10/23/2021

Se anunciaba una tormenta fuerza cinco, con ríos atmosféricos y bomba ciclónica. No era fin de semana para salir por ahí, y menos para coger el coche. El inconveniente era que el sábado por la tarde jugaban San José Earthquakes (Terremotos) contra los Vancouver Whitecaps (Gorras blancas). Mi asistencia al Pay Pal Park, casa de los Terremotos, no podía esperar. Tras varios meses viviendo en California, era mi última oportunidad de vivir un ratico de fútbol de la MLS (Major League Soccer) antes de regresar a España.

—He mirado el tiempo, cariño, y creo que la tormenta no me pilla— dije a mi mujer con poco convencimiento mientras le daba un beso de despedida en la mejilla.

Y así, aquel 24 de octubre de 2021, subí a un viejo Lexus veinteañero para tomar la Autopista Cabrillo y llegar a la Ruta 17, que sube y baja la montaña que separa Santa Cruz de la ciudad de San José. El Cabrillo que da nombre a una autopista, a colegios y a muchas más cosas en California, fue el español Juan Rodríguez Cabrillo (Palma del Río, Córdoba, 1499). En 1542, al mando de una flotilla de dos naves y un pequeño bergantín, describió por primera vez la costa de California.

—La tierra es muy excelente— se lee en los escritos de dicha expedición.

La primera vez que Cabrillo cruzó el atlántico para llegar a América lo hizo como carpintero. Cuando se viajaba en un cascarón de madera, era fundamental tener a bordo a un carpintero con buen manejo de la brea y de la estopa para tapar juntas. Una vez en América, el carpintero Cabrillo mostró tener los huevos de ébano metiéndose a pelear con brío en jolgorios de flechas, arcabuces y cuchillos, como el que se montó en “La Noche Triste” de Tenochtitlán. Su valor y su conocimiento del mar lo llevó a comandar la flota que describió por primera vez la costa de California. Reportaron valles fértiles, mucho pescado, maíz, árboles muy grandes (secuoyas) para madera, y “manadas de animales como ganados que andaban de ciento en ciento e más”. La expedición duró 10 meses. Cabrillo murió al sexto mes por una herida infectada en la pierna, dejando a Bartolomé Ferrelo al mando. A pesar de la importancia de aquella exploración, Cabrillo no ha tenido peso en los libros de historia porque no consiguió ninguna de las llaves que abrían la puerta de la gloria: encontrar oro, o un paso que uniera los dos océanos (se hablaba de un supuesto Estrecho de Anián o Paso del Norte). Algo parecido le ocurrió a Hernando de Soto tras explorar Florida y el Golfo de México. En 1541 descubrió el Mississippi, el cuarto río más largo del mundo. Reportó la existencia de ricos prados. Y de muchas vacas con joroba (bisontes). Una fuente de riqueza para el que la quisiera ver, pero no para sus reyes y virreyes cegados por el mineral dorado. No oro, no party.

Vivía en la costa, en Santa Cruz, una pequeña ciudad universitaria de la bahía de Monterrey, al sur de San Francisco. El equipo de fútbol profesional más cercano estaba en la ciudad de San José. Hay cosas que se eligen y otras, como algunos equipos de fútbol, que te tocan. Y a mí, en Estados Unidos, me tocaron los Terremotos de San José. No había otra cosa, y ya me iba bien. Cuando fuimos a comprarle a Lance su viejo Lexus, encontré una pegatina de los San José Earthquakes en el culo del coche, entre el maletero y el parachoques trasero. Ahora quito la pegatina— me dijo Lance. Cuando le pedí que dejara la pegatina, que ese era mi equipo ahora, me miró con ganas de darme un abrazo. Pero los americanos no son de arrumacos y todo quedo en una mirada abrazadora.

Las relaciones hay que cultivarlas. Un día cualquiera, para empezar a intimar con los Terremotos, me dejé caer en el sofá con el portátil en mis manos buscando su partido en la web de ESPN+. Una vez localizado el enlace, un mensaje me decía que el partido no estaba disponible en mi zona. Es lo que llaman black out. Las señales de televisión y de streaming se apagan en la zona del equipo local para incentivar que la gente acuda al estadio. Con un programa que me cambia la IP address, le dije a mi ordenador que estaba en Houston y arreglado. No sabía si eso estaba bien o mal, ni me importó. Solo tenía media hora para conocer a mi nuevo equipo y no había tiempo para debates éticos. A los pocos minutos de partido ya tengo localizados a los dos que la tocan en los San José Earthquakes. Uno es Espinoza (ex del Villarreal y del Huracán), y lleva el dorsal 10. El otro tocador, con el 9 a la espalda, es “La Chofis”.

La relación comenzaba bien. Como en todas las parejas, hay que tener voluntad para adaptarse a cositas que no gustan tanto. En mi caso, me costó lo del nombre de Terremotos, en clara referencia a la actividad sísmica de una zona que vive sobre la falla de San Andrés como un pajarillo sobre un rinoceronte. Todo bien hasta que haya algún movimiento brusco, como el terremoto de San Francisco de 1906, que mató a unas 3000 personas y dejó a unas 400.000 sin hogar. Sí, Terremotos es un nombre con demasiado carácter. Contrasta con Gorras Blancas, que se refiere a las cubiertas nevadas de las montañas que rodean Vancouver*.

*dato cortesía de mi amigo Pablo Sánchez Fernández

Me volví a citar con los Terremotos en su partido contra Los Ángeles FC, el equipo de Carlos Vela. Esta vez tengo tiempo para el debate ético. Resuelvo que tener un IP address fantasma en Houston es una mierda de pecado y quedo absuelto. Hasta lástima me doy. Confirmo que La Chofis es un jugadorazo. San José gana dos a cero. La Chofis marca el segundo y da una asistencia de crack en el primero. Algo en su juego, en su pisada de balón, en su cadencia, me recuerda a Juan Román Riquelme. Agárrate para descubrir de dónde sale ese apodo de La Chofis. Así llamaban a Sofía, la novia de su amigo Giovani Casillas. Como Javier Eduardo se parecía tanto a Sofía, sus amigos lo rebautizaron como La Chofis (de Sofía, la Sofi, la Chofis). Ver para creer.

El Pay Pal Park, estadio de los Terremotos, está cerca del nudo de una autopista que te lleva para el centro de San José por un lado o para el Pay Pal Park por el otro. Aparco el coche en un descampado polvoriento cerca del estadio. Aparcar allí me costó 17 dólares, algo más barato que a otros por un código que me proporcionó por email Dan Margarit, líder de los Ultras de San José. En el aparcamiento se entremezclan melodías que salen de camionetas, de estas grandotas que detrás llevan un espacio de carga, ahora ocupado por altavoces. De pie, se charla, se come y se bebe. Los más sofisticados llevan barbacoa portátil. Me acerco a uno de esos grupos y le pregunto si les importa que les haga una foto. Hago la pregunta por cortesía, esperando un sí, pero recibo un no por respuesta. Mientras lo señalan, me dicen que hable con Dan, su líder.

Dan me conocía de cruzarnos algunos emails. Nos damos la mano y hablamos como hablan dos personas que se están valorando tras conocerse. Cordial, pero con distancia. Dan es de origen rumano. La referencia a “Gica” Hagi le hace sonreír. También hablamos de su hijo Ianis Hagi, ahora jugador del Glasgow Rangers y de la selección rumana.

Es muy bueno—me dice sin dejar de mirar hacia su gente—, pero no pueden estar comparándolo cada momento con su padre. No es bueno para él.

En los pocos minutos que estoy charlando con Dan, se acercaron varias personas a saludarlo. Es un líder carismático. Le respetan y él les atiende amablemente, pero con la distancia que le da su trono.

La foto del grupo no pude hacerla porque, según Dan, pudiera ser que algunos de los chicos no debieran estar allí. Intuyo que están vetados por el club, pero no lo sé y no parecía prudente hacer más preguntas.

Más adelante, otro grupo de personas si me dejan sacarles una foto. Estos son de los que llevaban barbacoa. Tienen origen británico y jugaron al fútbol en el pasado. También hay mujeres en el grupo. Son muy amables. Uno de ellos hasta me da su tarjeta de visita y me invita a ir a pescar en su barco, cerca de Santa Cruz. Nunca contesté a su oferta, pero conservo su tarjeta. Me despiden echándose un whisky con hielo.

Me esperaba un ambiente mucho más frío antes del partido en una sociedad donde algunos eventos colectivos parecen de plástico barato. Pero no, a pesar de que los Terremotos no estaban haciendo un buen campeonato, se respiraba vida e ilusión. Aquel día, contra las gorras blancas de Vancouver, necesitaban ganar para mantener viva una remota posibilidad de clasificarse para los play-offs de la conferencia Oeste.

Al entrar el estadio regalaban un anillo y un póster del equipo que ganó la Copa de la MLS en el 2001 (también la ganó en el 2003). El anillo, modelo narcotraficante, me queda de pena. Lo guardé en su cajita y aún lo conservo, no sé muy bien por qué. Se podría considerar mi anillo de compromiso con los Terremotos.

El estadio es coqueto. En la parte de atrás de uno de los fondos, detrás de un marcador gigantesco, hay un espacio abierto con césped donde se puede comprar comida y bebida. Se vende cerveza y vino. También hay margaritas. Un DJ pincha reguetón mientras algunos zarandean la cadera. Eso parece una boda tipo cóctel esperando que lleguen los novios.

No sé muy bien donde tengo mi asiento asignado. Voy explorando y compruebo que puedo moverme por los dos fondos y por una de las gradas laterales, que parece la principal, donde están los palcos y los banquillos. Paseando por las entrañas del estadio me encuentro a un tipo con una máscara y una capa a juego con su indumentaria de los San José Earthquakes. Lo primero que pensé es que estaba ahí como un producto de animación, para que la gente se tomara fotos con él. Veo que está grabando algo y me acerco a preguntarle. Se hace llamar el Terremoto Mayor, es latino, tiene canal de YouTube, Instagram, y le encantan las máscaras de los shows de lucha libre.

Ya me conocen todos los jugadores, se toman fotos conmigo— me dice orgulloso.

Mientras me da su teléfono sigo estudiándolo con la mirada. Le regalo un libro de Raticos de Coronavirus, y entonces es su mirada la que comienza a estudiarme a mí. Algo tembló en su escala Ricther de rarezas.

Lo dejo grabando la salida de los jugadores por un pasillo aéreo a la vista del público que los vitorea. Va a comenzar el partido y estoy tan apabullado por tanto estímulo que no sé en qué fijarme. Observo. Tomo notas. Tomo fotos. Vuelvo a observar. Me pierdo un homenaje que le hacen en el campo al equipo campeón de la copa en el 2001, pero llego a la grada en el momento en que una preciosa voz de mujer canta el himno. Pero, wait a minute, ¿qué himno es ese? Es el de Canadá. Están cantando el himno del país del equipo rival. El público, en muestra de respeto, se pone de pie y aplauden al terminar. ¿En qué planeta estoy?

Luego cantan el himno de Estados Unidos. La gente escucha en pie. Blancos, negros, amarillos y morenos. Bien vestidos, menos arreglados, o en cómodos atuendos que bien podrían ser los de sacar la basura al contenedor. Una chica morena, en pantalón corto, calcetas y chanclas de piscina, se pone la mano en el pecho mientras escucha el himno. Un poco más allá, otro señor con canas, también tiene la mano sobre el corazón. Me emociono, hasta que pienso—coño, si yo soy de Murcia— y corto el circuito. Pero queda la envidia. También la pena por el castigado concepto de patriota en nuestra España cainita.

Empieza el partido. Estoy sentado en la grada lateral. Estoy más atento a la grada que al partido, la verdad. A un lado, en el fondo sur, están los ultras de San José, con Dan Magarit de pie, en alto, dirigiendo los cánticos. En el fondo contrario, otros “ultras” de los Terremotos desplegaron una pancarta que decía “Unión Sísmica”.

La gente no para quieta. Entran y salen llevando comida y bebida sin prestar demasiada atención al partido. No dan respiro a la mandíbula. Veo pasar tanto perrito caliente por delante que ya no puedo más. Me levanto y voy a por uno. Ya alimentado, me acerco primero al fondo de Unión Sísmica. Están de pie y cantan al ritmo que marcan tres tambores.

”..terremotos es un sentimiento, que llevo en el corazón,

daría toda mi vida por ser campeón.

Dale, dale O. Dale, dale O.”

Los tres tamborileros, que no prestan ninguna atención al partido, generan un ambiente festivo. Por allí veo a Terremoto Mayor, que amablemente me hace de cicerone. Me cuenta que su porra (peña) Epicentro 74, acaba de fusionarse con Fault Line (línea de falla) y con The San Jose Casbah. La porra resultante de dicha unión se llama Unión Sísmica. Me señala a una chica de Fault Line que ondea una bandera arco iris. Luego me presenta a Mari Ramírez, una líder de Epicentro 74, una peña mayoritariamente latina. Mari, que acudió al estadio con su esposo y su hija de pocos meses, me explica que Epicentro 74 es muy activo a nivel social, ayudando a la comunidad con diversas iniciativas. Por ejemplo, durante el confinamiento del COVID-19 llevaban comida a gente necesitada. Lo que cuenta me suena a iglesia evangélica latina, pero en este caso el Dios redondo y el santo sacramento es un gol.

Pregunto si hay algún hondureño (por diversas razones tengo vínculos con Honduras) y me llevan hasta un señor… que resulta ser salvadoreño. Tras felicitarte por Mágico González, me lleva hasta el verdadero hondureño con el que charlo un rato mientras da sorbos a una lata grande de cerveza.

En el descanso, con cero a cero en el marcador, me cambio de fondo y me entremezclo con los Ultras de San José. Mientras Unión Sísmica tiene un ambiente más familiar, con niños e incluso bebés en la grada, digamos que los vecinos del fondo norte son un grupo con algo más de testosterona. Algunos, en el epicentro de la peña, van descamisados. Hacia los lados hay alguna mujer. Delante de mí, una rubia y una morena. La morena lleva una camiseta de Wondolowski (Wondo), un veterano goleador que ha jugado en San José desde 2009. Wondo, que también da el nombre a una de las calles que llevan al Pay Pal Park, representa el colorido cromosómico de la Norteamérica actual. Él es norteamericano, polaco por parte de padre, y Kiowa (indio nativo) por parte de madre. Quizá sean esas exóticas variantes génicas, portadoras de la frialdad de Lewandowski y de la puntería de los guerreros Kiowa, las que le han permitido hacer casi 200 goles en su carrera, incluido un hat-trick a Belice con la selección nacional.

En el fondo norte ondean banderas verdinegras. También una bandera con el rostro de Christopher Hacker, un miembro del grupo que falleció en el 2015. Dan Margarit, elevado sobre un pedestal y de espaldas al campo, dirige los cánticos. Un canoso exjugador de los San José se sube al lado de Dan y canta una canción con los ultras. El exjugador se marcha pero el resto sigue. Orquestados por Dan, no paran de animar a su equipo. Dan solo gira el cuello hacia el campo cuando intuye que algo importante ocurre sobre el césped. Como cuando Vancouver marca el 0-1. El silencio no dura ni dos segundos. Los que tardó Dan en comenzar la siguiente canción. Son una afición fiel. Una afición que da sin esperar mucho a cambio, pero que sabe disfrutar cuando algo le cae en el estómago, como el gol del empate de Benjamin Kikanovic en el minuto 60.

El partido terminó 1-1, y San José se queda prácticamente sin posibilidades de jugar el play-off. Mirando el vaso medio lleno, tiene distancia con el último clasificado, que recibiría la denostada cuchara de madera (Wooden Spoon). La cuchara de madera tiene su origen en la Universidad de Cambridge, donde los estudiantes parieron la broma de dar una cuchara de madera a la nota más baja. En otros campeonatos, como el torneo de las seis naciones de rugby, el “premio” de la cuchara de madera al último clasificado permanece simbólico. Sin embargo, en el 2015, a alguien de la MLS se le ocurrió la idea de hacer un trofeo cuchara de madera que se entregaba en una ceremonia de la liga. Imagino que pretendían mantener algo de emoción entre los equipos que ni aspiraban a entrar a play-off ni podían descender porque no hay segunda división.

El trofeo, con los nombres grabados de los ganadores previos, permanecía en posesión del último clasificado durante toda la temporada siguiente. En le 2015 lo ganó Chicago Fire F. C. Nuestros queridos Terremotos de San José lo recibieron en el 2018. Así la cuchara de madera de la MLS pasaba de un equipo a otro. La MLS daba libertad para exponer la cuchara de madera donde los equipos creyeran conveniente, hasta que en el 2020 decidieron retirar el trofeo, posiblemente cuando su último ganador, FC Cincinnati en 2020, sugiriera exponer la cuchara de madera en el horto de Don Garber, el mandamás de la MLS.

Salgo del estadio a toda prisa para intentar evitar la tormenta en la carretera. A pocos kilómetros de Santa Cruz comienza el diluvio. Acerco las pestañas al parabrisas para poder ver mejor. Pienso en Cabrillo y en sus barcos, cuando les cayera una tormenta de estas en el Pacífico californiano. En las fatigas que pasaron para tan poco reconocimiento.

Ya en casa, reviso fotos y leo sobre la historia del fútbol en Estados Unidos. Se podría decir que el fútbol asomó la cabeza en Estados Unidos en los años 70, con Pelé jugando en el Cosmos de Nueva York, o con Cruyff en Los Ángeles Aztecas. Pero aquella North American Soccer League (NASL) era un fútbol de circo. Un espectáculo de rarezas, como el que muestra a la mujer barbuda. El fútbol de verdad despertó en USA a principios de este milenio, cuando Estados Unidos ganó a Portugal en fase de grupos y eliminó a México en los octavos de final del Mundial de Corea/Japón 2002.

Más tarde, en el 2007, Beckham llegó a Los Ángeles Galaxy provocando la aparición de la “designated player rule”, regla por la que cada equipo puede fichar hasta tres jugadores por encima del tope salarial. Así fueron llegando jugadorazos como David Villa, Lampard, Chicharito, Higuain, Carlos Vela, o el “loco” Martínez de River. Y la MLS sigue creciendo. Este año, en Carolina del Norte, ha aparecido el Charlotte Football Club y en el primer partido llenó el estadio con 74.000 espectadores.

En Estados Unidos he visto líderes en las gradas, sentimientos que echan raíces regadas por millones de latinos, futbolistas con talento, orden táctico, profesionalidad en las bases, y empresarios eficientes dirigiendo los clubs. Son ricos valles, pesca abundante, maíz, ganados que andan de ciento en ciento, y árboles muy grandes. Veo en la MLS la tierra fértil que veía Juan Rodríguez Cabrillo desde su galeón. Veo, más pronto que tarde, a Estados Unidos en un Mundial sentado en la mesa junto a los mejores.

@raticosdefutbol

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